25 dic 2011



FELIZ NAVIDAD! Jo jo JO

Queridos amigos... desde VaGamunDos, 
queremos desearles una muy feliz Navidad, 
que la paz de Dios llene sus hogares, 
y su bendición colme de bienestar a sus familias este nuevo año que comienza.



“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” – Jeremías 29:11

21 dic 2011

Vagamundos! 23



Un programa de etiqueta
A ver... uff.. premios, baneos, castigos, comentarios, insultos, foro... solo una parte de todo lo que tenemos en este programa. Como decia la vieja, si no le gusta.. Moyanito! ¡ENJOY!

14 dic 2011

El pétalo marchito (by Danyas)


El pétalo marchito  
(by Danyas)
-1-

Fue más o menos en la mitad de la entrevista, que el escritor comprendió que los dos hombres sentados del otro lado de la mesa, tenían miedo. Había algo en la actitud de ambos, algo inclasificable pero que estaba ahí, como una sombra que velaba sus rasgos. Y no dejaba de ser curioso, considerando que eran dos leyendas. Dos que se movían como uno, que desenfundaban sin aviso previo, como si compartieran algún tipo de conexión mental.
  El escritor revisó los apuntes de su libreta. Solo había contado con tres cosas indispensables, durante su vida adulta: su pluma, su libreta…y su resaca. Cuanto más resacoso estaba, mejor escribía.
  Steoz y Lafias. O “Los Gemelos de la Muerte”. Administradores de justicia en ese y todos los mundos. Los sheriffs más despiadados de los que se tenía memoria. Habían forjado su leyenda a fuerza de traiciones, opresión y plomo.
 -Una leyenda. Solo eso- le advirtió Steoz. –Si usted escribe sobre ella, no hará más que darle crédito y asustar a los peregrinos. ¿Cómo era su nombre?
 -Danyas- dijo el escritor. –O Don Nadie, si le gusta más. Y ustedes quieren tener la exclusividad del miedo, ¿verdad?
  El tipejo era un borracho, pero tenía la lengua mas afilada que un cuchillo Bowie.
 -Esa bocota le va a traer problemas- intervino Lafias. –La gente de aquí es muy ignorante. Se creen cualquier cosa. Pero usted es un tipo culto. ¿Viene de la Gran Ciudad solo para escribir una historia de…fantasmas?
 -Andamos escasos de noticias- admite  el escritor. –Y es una historia tan buena como cualquier otra.
  Danyas pasa la página de la libreta con gesto teatral. No sabe manejar una pistola, pero cree a pie juntillas la vieja máxima: “La pluma es más poderosa que la espada”. Incluso en un pueblo pequeño y salvaje como ese.
 -¿Por qué la encarcelaron?- inquiere. Es la pregunta más temida. Sostiene la mirada de Steoz y Lafias. El alcohol, y más aún, el alcohol barato, añade grandes dosis de valentía. Anota esa frase en su libreta.
 -Por alborotadora- dice Steoz, con voz seca. –Es todo lo que usted necesita saber. Le advertimos que no se pasara de la raya, pero a ella nada parecía importarle gran cosa.
 -Tenía serios problemas con la autoridad- interviene Lafias. –Era guarra…impúdica…un ejemplo pésimo para la gente.
 -Pero le advertimos- repite Steoz. –Nada de lo que le dijéramos parecía importarle.
 -Ni siquiera los latigazos- suelta Danyas. –O la lapidación. ¿Eso fue cierto?
  Los hombres cruzan una mirada rápida y guardan silencio. El escritor revisa los testimonios de algunos pobladores. Una mañana la había atado a un poste en la calle principal y la habían azotado hasta desmayarla. Una semana después la enterraron hasta el cuello en el mismo lugar y la dejaron allí durante dos noches. Pero algunos ciudadanos se habían atrevido a darle agua y pan, amparados en las sombras.
 -Y cuando ya no supieron que hacer con ella, y para no convertirla en mártir, la desterraron. La encerraron en la ciudad fantasma a cal y canto, para que muriera allí.
 -Eso no es cierto- protesta Steoz.
 -La ciudad fantasma está a veinte millas de aquí- dice Lafias. –Dos veces por semana, enviábamos a un emisario para que la alimentara. Así fue durante seis meses.
 -Hasta el día de la Gran Tormenta- agrega Steoz. –Duró dos semanas y los caminos se anegaron de barro. No hubo manera que el emisario llegara hasta allí.
 “Que conveniente”, piensa Danyas.
 -Y murió de inanición- dice el escritor. –Sola…desamparada…y a oscuras.
  Steoz se encoge de hombros. Lafias voltea las palmas de las manos hacia arriba. Son gestos inexorables, despiadados y horribles.
  El escritor vuelve las páginas de su libreta hasta el inicio y lee el nombre de la mujer que murió de hambre y sed, a veinte millas de allí. Una leyenda seguro…y quizás un fantasma.
  Noe Estévez.
-2-


Al final, Steoz y Lafias resolvieron acompañarlo a la Ciudad Fantasma. Solo para demostrarle que no había nada que temer, excepto alguna tormenta ocasional. Pero el miedo estaba allí, velado, subterráneo.
  La leyenda decía que a menudo, Noe Estévez se le aparecía a los jinetes que cruzaban la Ciudad Fantasma. Un fantasma que llevaba un largo vestido blanco mugriento…un traje de novia y una corona de rosas marchitas. Que sonreía de un modo horrible aunque no era una sonrisa precisamente, sino el recuerdo marchito de ese gesto.
  Llegaron al atardecer. La Ciudad Fantasma se veía exactamente así: un páramo desierto, que hacía encoger el corazón. Danyas vio la cárcel al final del camino y algo más, que flotaba a centímetros del suelo.
  El pétalo de una rosa marchita.
  Steoz se frotó el cuello, como si tuviera algo atravesado en la garganta.
 -¿Qué es eso?- preguntó Lafias, señalando algún punto por encima del campanario de la iglesia.
  Danyas bajó del caballo y atrapó al vuelo el pétalo. Se le deshizo entre los dedos.
 -Tendríamos que salir de aquí- dijo Lafias.
 -Tarde- contestó Danyas.
  Lo que había sobre el campanario era una dantesca nube de tormenta. Avanzó sobre la ciudad como una tromba y se engulló la luz del sol.
  Un viento frío corrió por la calle principal y las primeras gotas de lluvia azotaron los tejados.
  Corrieron hacia el viejo hotel y Lafias cerró las puertas. Apenas una veta de luz entraba por los postigos. Steoz encendió un candil. El lugar era una ruina. Danyas se quitó el sombrero para alisarse el escaso pelo.
 -Ya no resulta tan difícil creer en fantasmas, ¿cierto?- dijo.
 -¡Cállese!- gritó Steoz. -¡Cállese o le planto un plomo en la cabeza, maldito borracho!
  El candil alargaba las sombras. El viento amplificaba los crujidos. Algo atravesó el aire quieto del vestíbulo, rumbo a la escalera que llevaba a los cuartos.
  Un pétalo de rosa marchito.
  Los tres siguieron el recorrido con la mirada.
  Un escalón crujió, como si un pie invisible se hubiera apoyado en el.
  Steoz retrocedió dos pasos.
 -¿Qué…?- susurró Lafias.
  En el piso superior había algo. Una figura, un manchón en la percepción de la realidad. No una figura, sino una puerta. Danyas, que era bueno poniéndole palabras a todo, pensó que alguien buscaba a tientas la entrada al mundo material. Y estaba aporreando la puerta que comunicaba a un mundo con otro. La luz del candil parpadeó. Y Steoz desenfundó el arma.
 -¿Qué es eso?- susurró.
 La puerta terminó de abrirse y Noe Estévez surgió a través de ella. El portal desapareció detrás. El fantasma tenía un vestido de novia amarillento y una corona de rosas…y Danyas lo comprendió todo. Antes de morir, Noe se había puesto su mejor vestido, el que había usado en su boda. Su rostro era todo lividez y los ojos oscuros brillaban como piedras incrustadas. Tenía los labios pintados de un rojo furioso, como si fuera sangre coagulada. Un gusano le corrió por la mejilla y se escurrió por uno de sus globos oculares.
 -Dios- murmuró Lafias.
  Steoz se acurrucó en un rincón.
  Danyas forcejeaba con la puerta cerrada.
 -Holaaaaaaaaaa- dijo Noe.
  Y comenzó a descender las escaleras. Dejaba un rastro fangoso a su paso. Y sus pies apenas si tocaban los escalones. Lafias retrocedió hasta que se topó con el mostrador del vestíbulo. Y ya fue incapaz de moverse. Noe agitaba la cabeza, como si se hubieran descalabrado todas las articulaciones de su cuello. Se acercó al marshall y le sonrió. Un gusano le corrió por los labios, resbalando en la superficie del lápiz labial. Y uno de sus dedos lívidos, tocó la mejilla de Lafias.
  Encaneció de inmediato. La piel de Lafias se agrietó como un papiro centenario. Sus ojos se voltearon hacia adentro, como si hubiesen resuelto echar una mirada dentro de su propio cráneo. Y se derrumbó allí mismo, sin emitir el menor quejido.
  Steoz se encaró hacia la puerta. Noe Estévez se deslizó sobre el suelo polvoriento y lo tomó del cuello con la delicadeza de un amante. Solo entonces, Danyas advirtió que llevaba un viejo revólver Schofield oxidado, que embutió en la oreja del pistolero.
  Y le voló la cabeza.
  El fantasma se volvió hacia Danyas con una ligereza de bailarina. Por primera vez en siglos, la resaca se secó en su garganta. Noe se le acercó a solo dos pasos. Los colores volvieron a sus mejillas lívidas y por un instante, pareció casi humana. El escritor pudo entrever a la mujer que había sido. Y sonrió. El gesto entibió el corazón de Danyas.
 -Recuerdaaaaa- dijo Noe Estévez. Y se alejó hacia las escaleras, dejando un rastro de pétalos de rosas.
  Desapareció antes de llegar al piso superior.
  La luz ingresó por los postigos y el escritor supo que la tormenta había remitido, tan rápidamente como se había materializado.
  Danyas salió a la calle y se bebió la luz del sol, a falta de algo mejor.
 “Recuerda”, le había dicho el fantasma. Se palpó la libreta a través de la chaqueta.
  Solo eso le quedaba.
  Un recuerdo. Y una historia para escribir.