El pétalo marchito
(by Danyas)
-1-
Fue más o menos en
la mitad de la entrevista, que el escritor comprendió que los dos hombres
sentados del otro lado de la mesa, tenían miedo. Había algo en la actitud de
ambos, algo inclasificable pero que estaba ahí, como una sombra que velaba sus
rasgos. Y no dejaba de ser curioso, considerando que eran dos leyendas. Dos que
se movían como uno, que desenfundaban sin aviso previo, como si compartieran
algún tipo de conexión mental.
El escritor revisó los apuntes de su libreta.
Solo había contado con tres cosas indispensables, durante su vida adulta: su
pluma, su libreta…y su resaca. Cuanto más resacoso estaba, mejor escribía.
Steoz y
Lafias. O “Los Gemelos de la Muerte”. Administradores de justicia en ese y
todos los mundos. Los sheriffs más despiadados de los que se tenía memoria.
Habían forjado su leyenda a fuerza de traiciones, opresión y plomo.
-Una leyenda. Solo eso- le advirtió Steoz. –Si
usted escribe sobre ella, no hará más que darle crédito y asustar a los
peregrinos. ¿Cómo era su nombre?
-Danyas- dijo el escritor. –O Don Nadie, si le
gusta más. Y ustedes quieren tener la exclusividad del miedo, ¿verdad?
El tipejo era un borracho, pero tenía la
lengua mas afilada que un cuchillo Bowie.
-Esa bocota le va a traer problemas- intervino
Lafias. –La gente de aquí es muy ignorante. Se creen cualquier cosa. Pero usted
es un tipo culto. ¿Viene de la Gran Ciudad solo para escribir una historia
de…fantasmas?
-Andamos escasos de noticias- admite el escritor. –Y es una historia tan buena
como cualquier otra.
Danyas pasa la página de la libreta con gesto
teatral. No sabe manejar una pistola, pero cree a pie juntillas la vieja
máxima: “La pluma es más poderosa que la espada”. Incluso en un pueblo pequeño
y salvaje como ese.
-¿Por qué la encarcelaron?- inquiere. Es la
pregunta más temida. Sostiene la mirada de Steoz y Lafias. El alcohol, y más
aún, el alcohol barato, añade grandes dosis de valentía. Anota esa frase en su
libreta.
-Por alborotadora- dice Steoz, con voz seca.
–Es todo lo que usted necesita saber. Le advertimos que no se pasara de la
raya, pero a ella nada parecía importarle gran cosa.
-Tenía serios problemas con la autoridad-
interviene Lafias. –Era guarra…impúdica…un ejemplo pésimo para la gente.
-Pero le advertimos- repite Steoz. –Nada de lo
que le dijéramos parecía importarle.
-Ni siquiera los latigazos- suelta Danyas. –O
la lapidación. ¿Eso fue cierto?
Los hombres cruzan una mirada rápida y
guardan silencio. El escritor revisa los testimonios de algunos pobladores. Una
mañana la había atado a un poste en la calle principal y la habían azotado
hasta desmayarla. Una semana después la enterraron hasta el cuello en el mismo
lugar y la dejaron allí durante dos noches. Pero algunos ciudadanos se habían
atrevido a darle agua y pan, amparados en las sombras.
-Y cuando ya no supieron que hacer con ella, y
para no convertirla en mártir, la desterraron. La encerraron en la ciudad
fantasma a cal y canto, para que muriera allí.
-Eso no es cierto- protesta Steoz.
-La ciudad fantasma está a veinte millas de
aquí- dice Lafias. –Dos veces por semana, enviábamos a un emisario para que la
alimentara. Así fue durante seis meses.
-Hasta el día de la Gran Tormenta- agrega
Steoz. –Duró dos semanas y los caminos se anegaron de barro. No hubo manera que
el emisario llegara hasta allí.
“Que conveniente”, piensa Danyas.
-Y murió de inanición- dice el escritor.
–Sola…desamparada…y a oscuras.
Steoz se encoge de hombros. Lafias voltea las
palmas de las manos hacia arriba. Son gestos inexorables, despiadados y
horribles.
El escritor vuelve las páginas de su libreta
hasta el inicio y lee el nombre de la mujer que murió de hambre y sed, a veinte
millas de allí. Una leyenda seguro…y quizás un fantasma.
Noe Estévez.
-2-
Al final, Steoz y
Lafias resolvieron acompañarlo a la Ciudad Fantasma. Solo para demostrarle que
no había nada que temer, excepto alguna tormenta ocasional. Pero el miedo
estaba allí, velado, subterráneo.
La leyenda decía que a menudo, Noe Estévez se
le aparecía a los jinetes que cruzaban la Ciudad Fantasma. Un fantasma que
llevaba un largo vestido blanco mugriento…un traje de novia y una corona de
rosas marchitas. Que sonreía de un modo horrible aunque no era una sonrisa
precisamente, sino el recuerdo marchito de ese gesto.
Llegaron al atardecer. La Ciudad Fantasma se
veía exactamente así: un páramo desierto, que hacía encoger el corazón. Danyas
vio la cárcel al final del camino y algo más, que flotaba a centímetros del
suelo.
El pétalo de una rosa marchita.
Steoz se frotó el cuello, como si tuviera
algo atravesado en la garganta.
-¿Qué es eso?- preguntó Lafias, señalando
algún punto por encima del campanario de la iglesia.
Danyas bajó del caballo y atrapó al vuelo el
pétalo. Se le deshizo entre los dedos.
-Tendríamos que salir de aquí- dijo Lafias.
-Tarde- contestó Danyas.
Lo que había sobre el campanario era una
dantesca nube de tormenta. Avanzó sobre la ciudad como una tromba y se engulló
la luz del sol.
Un viento frío corrió por la calle principal
y las primeras gotas de lluvia azotaron los tejados.
Corrieron hacia el viejo hotel y Lafias cerró
las puertas. Apenas una veta de luz entraba por los postigos. Steoz encendió un
candil. El lugar era una ruina. Danyas se quitó el sombrero para alisarse el
escaso pelo.
-Ya no resulta tan difícil creer en fantasmas,
¿cierto?- dijo.
-¡Cállese!- gritó Steoz. -¡Cállese o le planto
un plomo en la cabeza, maldito borracho!
El candil alargaba las sombras. El viento
amplificaba los crujidos. Algo atravesó el aire quieto del vestíbulo, rumbo a
la escalera que llevaba a los cuartos.
Un pétalo de rosa marchito.
Los tres siguieron el recorrido con la
mirada.
Un escalón crujió, como si un pie invisible
se hubiera apoyado en el.
Steoz retrocedió dos pasos.
-¿Qué…?- susurró Lafias.
En el piso superior había algo. Una figura,
un manchón en la percepción de la realidad. No una figura, sino una puerta.
Danyas, que era bueno poniéndole palabras a todo, pensó que alguien buscaba a
tientas la entrada al mundo material. Y estaba aporreando la puerta que
comunicaba a un mundo con otro. La luz del candil parpadeó. Y Steoz desenfundó
el arma.
-¿Qué es eso?- susurró.
La puerta terminó de abrirse y Noe Estévez
surgió a través de ella. El portal desapareció detrás. El fantasma tenía un
vestido de novia amarillento y una corona de rosas…y Danyas lo comprendió todo.
Antes de morir, Noe se había puesto su mejor vestido, el que había usado en su
boda. Su rostro era todo lividez y los ojos oscuros brillaban como piedras incrustadas.
Tenía los labios pintados de un rojo furioso, como si fuera sangre coagulada.
Un gusano le corrió por la mejilla y se escurrió por uno de sus globos
oculares.
-Dios- murmuró Lafias.
Steoz se acurrucó en un rincón.
Danyas forcejeaba con la puerta cerrada.
-Holaaaaaaaaaa- dijo Noe.
Y comenzó a descender las escaleras. Dejaba
un rastro fangoso a su paso. Y sus pies apenas si tocaban los escalones. Lafias
retrocedió hasta que se topó con el mostrador del vestíbulo. Y ya fue incapaz de
moverse. Noe agitaba la cabeza, como si se hubieran descalabrado todas las
articulaciones de su cuello. Se acercó al marshall y le sonrió. Un gusano le
corrió por los labios, resbalando en la superficie del lápiz labial. Y uno de
sus dedos lívidos, tocó la mejilla de Lafias.
Encaneció de inmediato. La piel de Lafias se
agrietó como un papiro centenario. Sus ojos se voltearon hacia adentro, como si
hubiesen resuelto echar una mirada dentro de su propio cráneo. Y se derrumbó
allí mismo, sin emitir el menor quejido.
Steoz se encaró hacia la puerta. Noe Estévez
se deslizó sobre el suelo polvoriento y lo tomó del cuello con la delicadeza de
un amante. Solo entonces, Danyas advirtió que llevaba un viejo revólver
Schofield oxidado, que embutió en la oreja del pistolero.
Y le voló la cabeza.
El fantasma se volvió hacia Danyas con una
ligereza de bailarina. Por primera vez en siglos, la resaca se secó en su
garganta. Noe se le acercó a solo dos pasos. Los colores volvieron a sus
mejillas lívidas y por un instante, pareció casi humana. El escritor pudo
entrever a la mujer que había sido. Y sonrió. El gesto entibió el corazón de
Danyas.
-Recuerdaaaaa- dijo Noe Estévez. Y se alejó
hacia las escaleras, dejando un rastro de pétalos de rosas.
Desapareció antes de llegar al piso superior.
La luz ingresó por los postigos y el escritor
supo que la tormenta había remitido, tan rápidamente como se había
materializado.
Danyas salió a la calle y se bebió la luz del
sol, a falta de algo mejor.
“Recuerda”, le había dicho el fantasma. Se
palpó la libreta a través de la chaqueta.
Solo eso le quedaba.
Un recuerdo. Y una historia para escribir.