22 oct 2011

DEJAD A LOS NIÑOS...

Vi crecer a Anita en la vieja rotonda que desembocaba al puerto de Mar del Plata, allí donde moraba el monumento al Pescador. Tenía no más de 6 años la primera vez que nos cruzamos, durante una despiadada mañana de invierno. Yo a bordo de mi auto, con la calefacción ronroneando suavemente. Ella, parada junto a la base del Pescador de Piedra, intentando guarecerse del temporal inminente. Anita aprovechaba los cambios de semáforo para acercarse a los vehículos y esperar que alguna ventanilla baje, revelando el rostro de algún conductor caritativo. Los detalles de esa mañana están grabados en mi mente con rara perfección. Anita era una nena hermosa, de ojos color miel y pecas salpicando su cara lechosa. Una vez, mi abuela me dio una explicación poética acerca de las pecas: dijo que le salían a las personas acostumbradas a mirar al cielo nocturno demasiado tiempo. Entonces, el fulgor de las miles de estrellas se le quedaba estampado en la cara. Anita tenía la cara estrellada.
  Cuando el semáforo se puso en rojo, Anita corrió hacia mi auto. A pesar del frío, -“¡Siete grados bajo cero de sensación térmica!”, dijo el locutor de la radio, jubiloso, como si esperara una visita sorpresa de Papá Noel- la nena solo llevaba un jardinero y un saquito de hilo agujereado. Las pecas resaltaban aún más en su carita, por el rubor del frío. Ella mantenía de rehén a una muñeca desgajada y desnuda, debajo del brazo. Le di un puñado de monedas y ella dijo “gracias” entre dientes, con una sonrisa vaga.
  Así que Anita se convirtió en parte de la rutina cada mañana, las cuatro estaciones del año, y solo dejaba de montar guardia frente a la estatua del Pescador, cuando arreciaba algún temporal. Cierta vez vi a su madre, sentada en una reposera y tomando el sol de frente, recopilando la recaudación que Anita le traía por postas. Era una gorda sin asomo de gracia y de seguro no le había legado a Anita ni la belleza, ni sus pecas. Más o menos a los ocho años, Anita liberó a su muñeca o algún alma caritativa pagó el rescate. Se convirtió en una adolescente de cara estrellada. Y ya no provoca la misma simpatía en los automovilistas: la mayoría de ellos ni siquiera se dignan a bajar la ventanilla. Están demasiado presurosos durante el invierno, o deseosos de tomar los balnearios por asalto, en los veranos. Ni siquiera la estatua del Pescador le sirve de refugio: lo mudaron cuando desapareció la rotonda y anexaron cuatro carriles a la avenida. Aprovecha los cambios de semáforo para deslizarse entre las filas de autos, lidiando con los limpiadores de vidrios o los que hacen malabares con tres naranjas. Su recaudación es cada vez más exigua por que Anita no sabe hacer gracias, y todo lo que tiene para ofrecer es su sonrisa vaga emplazada en su cara estrellada.
  “Dejad que los niños vengan a mí”, clamó Jesucristo, y sus palabras distaban de ser un slogan político. “Los únicos privilegiados son los niños”, fue otra máxima acuñada por ahí, convertida en muletilla por cuanto aprendiz de funcionario se encarame sobre un púlpito, con el solo fin de arañar algún cargo público. Los niños son un cebo magnífico para encabezar cualquier plataforma política. Pero rara vez los vemos. Todos tenemos a una “Anita” que nos mira del otro lado de la ventanilla. ¿Qué hicimos con ellos? ¿Cómo nos pudo haber sucedido? ¿En qué punto, como país, se nos desfiguró el concepto de conciencia social?
  Hace poco una psicóloga que trata con niños golpeados y abusados, me comentaba el caso de una nena de diez años, con un largo historial de fugas del hogar y que es sistemáticamente golpeada por su madre. Hubo una frase de ese testimonio que aún hoy me parece de lo más escalofriante que yo haya escuchado jamás.
 “No sé por que me tiene que pegar siempre en los ojos”, le dijo.
  Tal vez por la misma razón por la cual la mayor parte de nosotros, rara vez miramos a los ojos a los niños indigentes. Por que el calor de la culpa es abrasivo y el brillo indefenso en las pupilas de un niño, es más profundo y doloroso que la marca que Dios le obsequió a Caín.
  Los chicos que mendigan,  nos limpian el parabrisas o hacen malabares con tres naranjas, son parte del paisaje urbano. Ya los naturalizamos. No nos horroriza ver a un preadolescente empuñar un arma. Nos asusta, pero no nos horroriza. La reacción política es bajar la edad de imputabilidad a 16, 14 y por que no, 12 años. A alguien se le ocurrirá crear una cárcel modelo para púberes, seguro. “Son conscientes de lo que hacen”, dijo hace poco un periodista, con una ligereza espantosa. Se organizan marchas por la inseguridad. Nuestras celebridades braman, se tironean de sus extensiones platinadas; esgrimen su dedo índice con uña esculpida. Medio centenar de chicos lloran en un estudio de televisión, al compás de una melodía pegajosa. Pero a nadie se le ocurre dictar leyes para proteger a la niñez, o hacer efectivas las que existen. Y cuando se da un subsidio por hijo, buscamos la trampa, o desempolvamos argumentos lodosos.
  No escuché a nadie proponer una marcha para proteger a nuestros niños. Ningún político o personaje televisivo devenido en profeta colérico, clamó por los centenares, miles de chicos que mueren hambreados, calcinados por el paco; abusados; golpeados, desterrados; arrojados a la vera de alguna avenida o perdidos en la marea humana que atraviesa alguna estación de tren. “Una moneda, solo una moneda, por favor”.
  Quizás estaría bien cerrar ésta nota con una señal de esperanza, pero en realidad no la tengo. Dependemos de la solidaridad de alguna ONG; del alma noble que abre un comedor comunitario, o del puñado de monedas que deslizamos en la mano de un nene, durante el interludio de un semáforo. De los curas que caminan las villas; los profesionales que luchan a brazo partido contra la burocracia estatal; de la vocación de servicio de la gente común. Todo niño debería ser NUESTRO niño. Hasta que eso ocurra, el futuro seguirá siendo una trampa mortal.
 Dejad a los niños.
                                              Daniel Asaro (DANYAS)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravilloso Danyas

As De PiKaS

Anónimo dijo...

Me has dejado sin palabras......
y con muchos pensamientos
Sol

BlackSnow dijo...

es la fria realidad, de todas formas existen muchas leyes que protegen a los niños y muchos asistentes sociales, el problema esta en que a esta sociedad no le importa mirar a otro lado, cuantos son los que frenan un minuto y le preguntan a un vago en la calle, necesitas una moneda??, pero si estan los que pasan caminando rapido y ni desvian la mirada, los que al ver el semáforo en rojo suben la ventanilla en verano, es una pena pero es el lado oscuro del capitalismo, es el sistema que elije la gente, diferenciarse de los demas por el simple conocimiento o sacrificio y dejar lugar para que unos pocos abusen del sistema y creen el hueco que comunmente se llama baja sociedad

es lo que elejimos todos cuando decidimos estar en esta sociedad sin hacer nada, lo que aprobamos cuando no corremos la mirada o no frenamos por miedo a preguntar si se necesita una moneda, lo que este pais te esconde y te dice "temele"

este mundo cada ves crece mas en personas y menos en valores, y por desgracia las anitas de este pais y planeta se seguiran multiplicando y expandiendo,

te felicito amigo por la historia, la verdad que es muy emocionante y te deja mucho para reflexionar..

saludos!

WTF! dijo...

Esto no es una web sobre the west, menudo timo... :S

Tomas Alvino dijo...

XD!
WTF! que timo seria ese? buscabas tutoriales y prograganda? link equivocado...

Danyas! maestro! impecable lo suyo!!!

Tomas Alvino

Enmar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Enmar dijo...

Que grande Dany!!!

Aunque es una triste realidad de los niños, muchas veces utilizados, por gente sin oficio ni beneficio.

Detrás del la pantalla de cada jugador del the west hay personas maravillosas, y escritos como estos lo demuestran.

Sigue así Dani ojalá todos tuviéramos tu misma humanidad y la visión para escribir y hacer sentir con cada renglón, cada palabra, que se lee.

Saluditos.....

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